domingo, 30 de octubre de 2011

LOS JUSTOS

El haber tenido que adentrarme en Borges para la presentación en DAIN comprometió mi interior de una forma inesperada y no siempre placentera.

Que se entienda esto bien: no busco placer desesperadamente y se, positivamente, que el tránsito por la tormenta es, esencialmente, cuestión de no resistir.

Lo inexcusable es hacerla conciente.

Con esto quiero decir: no quitarle al pensamiento incómodo o doloroso su condición de tal, atravesarlo, transitarlo y, si tienen ganas, hasta expresarlo en voz alta: “Este texto me traslada a aquel instante de mi vida en el que estaba tan mal y del que preferiría no acordarme”.

Pero me acuerdo, y apareció en mi recuerdo aquella persona que me lastimó y a la que tenia olvidada, o la incomodidad de revivir una acción propia de la que no nos sentimos orgullosos y poder decir: “No estuve bien, debería haber sido más generosa, o menos intransigente, o simplemente mas amable”.

Es asombroso el poder mirarse a la cara, como en los infinitos espejos de Borges, meterse en los intrincados laberintos del alma y sentir a esa persona imperfecta que somos y aceptar el camino y sus obstáculos, y poder ver, sin espanto y sin culpa, que muchas veces nos dominan sentimientos abominables y reconocerlos y poder decirnos: “Ya pasaran, y tal vez un día no vuelvan mas, pero si lo hacen, saber que son míos, que viven en mi interior y que tengo que mirarlos de frente porque guardarlos o esconderlos solo retrasan el momento de la aceptación de mi totalidad humana y, por ende, el de disfrutar de la posible felicidad que la vida me tiene reservada.

La felicidad, y en esto don Jorge Luis no tiene nada que ver, es para mi algo parecido a un estado de gracia en el que caben, además de los momentos plenos, las penas, los dolores y las lagrimas. Pero el sentirme en “estado de gracia” hace que cambie la resultante de esas emociones dolorosas y las convierta en necesarias para mi evolución.

Estudiar una materia no es garantía de aprobarla. Claro que las probabilidades aumentan, pero solo eso. La variable azar interviene y no siempre para el lado deseado por mi. El estado de gracia hace que pueda aceptar que lo deseado por mi no siempre era lo que mas me convenía.

¿Qué hacer entonces? Nada. Es una cuestión de fe, de fe racional, pero fe al fin.
Eso, y no otra cosa, es ser justo con uno y con los otros.

Los abrazo.

Leonor.

P/D. Gracias por todos los deseos de feliz cumpleaños. Han dado resultado.
Ojala un día se acuerden, cuando sean tan mayores como yo, que hubo alguien que una vez les dijo que el paso del tiempo es la única posibilidad de acceder a la sabiduría y al verdadero disfrute de la vida. Que no es un castigo ser viejo ni mucho menos un premio ser joven. Son posibilidades: depende de nosotros lo que hagamos con ellas.

Estas son algunas frases de un poema de Borges que se llama Los Justos:

“...Un hombre que cultiva su jardín...
...El que agradece que en la tierra haya música
...El que acaricia a un animal dormido
...El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
...El que prefiere que los otros tengan razón.
...Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo”.

domingo, 23 de octubre de 2011

NADA ESTA LEJOS

Termina una semana complicada en todo lo que tuvo que ver con asuntos técnicos, mecánicos, meteorológicos, obligaciones cívicas, y profundamente gratificante en lo que resultó de la solución de cada una de esas dificultades.

Algunas fueron verdaderamente difíciles de sortear, otras muy fáciles pero si tuviera que calificar la semana que acaba de concluir me atrevería a decir que ha sido una de las mejores de los últimos tiempos.

Para ser clara: me siento como si acabara de ganar una carrera de obstáculos.

El martes debía volar a Neuquén para mi presentación del miércoles y se suspendieron todos los vuelos por el tema de las cenizas del volcán. Debo aclarar que me enteré de la suspensión de mi vuelo tomando un café a las once de la noche en una cafetería del aeropuerto.

Inmediatamente me llamaron los organizadores para ofrecerme suspender la función del día siguiente ya que la única posibilidad de llegar a tiempo era un auto, una carretera y doce horas por delante.

Inmediatamente visualicé el esfuerzo de todos los involucrados, la sala llena, la frustración de los actores Neuquinos y dije: ”Que venga a buscarme el auto”, en ningún momento de esas siguientes doce horas lamenté mi decisión.

Sabía que estaba haciendo lo correcto.

El viaje fue largo, tedioso, incómodo, cansador, pero había una razón superior para realizarlo y esa razón no se movió de mi mente durante todo el trayecto. Ni bien llegué ensayamos con los actores y los músicos.

La colaboración de un grupo de personas para la organización fue emocionante.

Perfecta la luz, perfecto el sonido, lograda la emoción de la audiencia con la lectura de las cartas.

No se podía pedir mas. Al día siguiente debía tomar el avión al alba para estar grabando “Herederos...” a las once y media de la mañana.

Dormí cuatro horas, cuatro horas en cuarenta y ocho, y tomé el vuelo que se retrasó en salir. Pero resulta que al llegar a Buenos Aires llamé al productor de Pol-Ka y me dijo: “No te preocupes, un actor no vino y estamos atrasados”.

A esta altura yo tenia una sonrisa interna, que seguramente también era externa, que no se me podía borrar. Las dificultades aparecían y tal como aparecían eran solucionadas por algo ajeno a mi voluntad que me allanaba el camino.

Tuve un ofrecimiento de trabajo que para ser cumplido me exigía faltar dos días a la grabación y a estas alturas la organización está muy complicada para los productores, por lo cual, si hubiera devenido una negativa lo habría comprendido.

Me dijeron que sí.

Y para terminar, una perlita tal vez intrascendente: me tocó votar en una mesa con una larga fila de personas, algunas de las cuales estaban de mal humor y se quejaban de las autoridades de mesa, “que porqué no apuraban, que no les importaba que ellos estuvieran allí de pie”, esas cosas que dicen las personas irreflexivas y algo tontas.

Yo era la ultima de la fila hasta que se acercó una viejecita que caminaba con dificultad apoyándose en un bastón y se puso detrás de mi. Ni bien la vi le dije que pidiera ser atendida ya que estar de pie la cansaba mucho.

Me miró y me dijo: “Se van a enojar”, yo le conteste: “Usted vaya, si se enojan yo diré que estoy de acuerdo”. Empezó a caminar hacia la mesa y de vez en cuando se volvía para mirarme. Yo la animaba cada vez. Llegó, explicó su situación y pudo votar inmediatamente.

Al irse y pasar a mi lado me sonrió y me agradeció con un beso.

Debo confesar que no tengo explicación racional para estas cosas y no quiero caer en la tentación de las interpretaciones psicoanalíticas, ni temas de energías positivas de los que se hace uso y abuso.

Si puedo afirmar que en cada momento mi convicción mas firme era estar viviendo el presente sin divagaciones inútiles de una mente acostumbrada a ellas. Todo era real y mi raciocinio no interfería, no manipulaba, no planeaba, no decidía lo por venir.

Todo sucedía. Pero lo más importante era la ausencia total de miedo. Era saber, en lo más profundo de mi ser, que todo está cerca. Solo hay que atreverse a tomarlo.

Los abrazo.

Leonor.

P/D. 1) Anima: keep in touch. We’ll understand anyway. Thanks for the memory.
2) El 27 es el turno de Borges en DAIN.

domingo, 16 de octubre de 2011

MARIO

La semana pasada estuve en Mendoza, ya se los conté.

Mi participación estaba programada para después de un desfile de modas. No tengo nada en contra de los desfiles de modas siempre y cuando sean un intento de mostrar belleza y armonía. Y esto no tiene nada que ver con costos ni lujos, tiene que ver con la intención de quien diseña. Hay maravillosa ropa que cuesta poco y carísima ropa de pésimo gusto. Todo esto para llegar al punto de que tengo cierto prurito y una leve incomodidad cada vez que tengo que presentarme ante una audiencia que acaba de presenciar un desfile de modas.

De cualquier manera todo fue bien.

El público parecía contento y fui muy bien recibida. Esto me ocurre con frecuencia, debo ser sincera, simplemente acabo de confesar un estado interno que me cuesta vencer.

Presenté mi libro, leí algunos fragmentos, y luego llegó la parte en que el público tiene la posibilidad de hacer preguntas. Un público muy numeroso había seguido muy atentamente mi lectura y la charla posterior. Las preguntas fueron, todas, inteligentes y pensadas. En un momento una voz algo temblorosa que había solicitado el micrófono preguntó: “Leonor, ¿qué tengo que hacer para convertirme en un ser humano adulto?”.

Semejante pregunta no se podía dejar pasar por alto, y caminé por la pasarela hasta la cabecera para encontrarme con un ser especial. Allí me esperaba un ser humano tembloroso pero muy seguro acerca de lo que esperaba de mí. Un muchacho con mirada húmeda de emoción, con evidente síndrome de Down, que me hizo acordar a un cervatillo desvalido, repitió su pregunta.

“¿Cómo te llamas?” le pregunté.

“Mario, y tengo treinta y nueve años, pronto cumpliré cuarenta y quiero saber que tengo que hacer para convertirme en adulto finalmente”.

“Yo creo que no tenes que hacer nada Mario, ya sos una persona, y por lo que intuyo, una persona maravillosa. A mi me parece que la vida nos da a cada uno, un cajón de herramientas, que no son las mismas para todas las personas, pero en ese cajón está lo que necesitamos para construirnos como seres humanos, y nadie sabe quien es mejor que otro, ni por que la vida nos da herramientas distintas a cada uno de nosotros."

"Por lo que veo, vos estas usando muy bien tus recursos, me lo dice tu mirada, me lo dice el haberte atrevido a hacer esa pregunta. Viví como lo estas haciendo hasta ahora, Mario, lo que esta resultando es un ser luminoso para si mismo y para los que lo rodean”.

Le di un beso y volví a mi lugar. Mientras caminaba por la pasarela hasta mi sitio pude escuchar como algunos mocos que caían eran limpiados con pañuelos de papel.

Fue un momento que justificó todo, mi viaje a Mendoza, el cansancio y hasta el desfile de modas.

Si les acabo de contar esto es porque cada vez que me preparo para una de estas presentaciones, mi preocupación mayor es provocar un momento de “vida real”, sin disfraces, sin mentiras, sin presunciones.

Esta vez ocurrió, sin ninguna duda.

Mario, te lo debo.

Espero que el libro que te regalé te entretenga. No creo que te descubra nada importante. Vos lo sabes todo.

Los abrazo.

Leonor.

P/D. 1) El miércoles estaré en Neuquén.
2) Fui a ver “Pina”. Si pueden, no dejen de verla.

sábado, 8 de octubre de 2011

LA VIDA AGRADECIDA

Soy una persona de las que los demás llaman “con suerte”. Según una de mis hermanas tengo un don. Ella dice que yo deseo algo y lo logro.

Estoy en total desacuerdo con ese enunciado. La sensación de mi misma es que soy alguien que trabaja denodadamente, desde que tengo memoria, para lograr aquello que desea.

Fui una niña, la mayor de tres hermanas, que lavaba los platos para que no hubiera discusiones después de comer, especialmente los domingos.

Era una elección: para que no hubiera peleas entre mis hermanas y mi madre, yo levantaba los platos y me dirigía a la cocina. En la adolescencia lavaba y planchaba mis vestidos sin cuestionarme si la tarea correspondía a la persona que ayudaba en mi casa y no había sido realizada.

Ya mayor y con mis hijos nacidos fue siempre una prioridad la tarea cumplida que cuestionar si la persona a quien correspondía hacerla había realizado su labor.

Y hay algo que me gustaría que quede claro: no estoy elogiando mi proceder, de hecho creo que la mayoría de las veces he propiciado algo bastante parecido a un reparto injusto del trabajo. Pero entonces me otorgo el derecho a preguntarme por la existencia de la “suerte” como característica de ciertas vidas, o el trabajo denodado para darle empujones a la misma “suerte” para que se manifieste.

Sea lo que sea que elijamos como rasgo de una vida, de hecho escuchamos constantemente “tal persona tiene mala suerte” o por el contrario “es que ella es alguien con enorme buena suerte”, la pregunta central es si creemos en la magia, en un legado bueno o malo del que es imposible escapar, o estamos dispuestos a arrancarle a la vida todos sus dones y gracias trabajando para convertirnos en esos seres iluminados, o aceptaremos con resignación lo que nosotros mismos denominamos “el destino” y mansamente dejaremos que nos acerque a la felicidad o a la desgracia.

No soy necia, hay situaciones muy difíciles de atravesar: un defecto físico evidente, una minusválida, un rasgo congénito insalvable, la proclividad crónica hacia ciertas enfermedades, hacen que la vida se convierta en un desafío complicado y arduo.

Pero no pongo en el mismo grado de dificultad una ruptura sentimental, una apariencia física no acorde con lo que esta de moda, ganar menos dinero de lo que creemos merecer, soportar el ascenso de alguien que lo merece menos que nosotros, no aprobar un examen para el que estábamos preparados.

Seamos claros: lo que llamamos LA VIDA no es especialmente justa, y mucho menos contempla todos nuestros deseos. Y es a eso a lo que tenemos la obligación de adaptarnos y aceptar, pero después de haber hecho todo lo que estaba a nuestro alcance para lograr nuestros fines.

Como no estoy de acuerdo con dar consejos dado que los consejos parten de una experiencia individual tan especial que es probable que no le sirva a quien la recibe, me limitaré a contarles lo que ha sido, y es, mi vida. Esa vida que le hace decir a mi hermana que soy una persona que tiene un don y a la que todo lo cae del cielo.

Yo trabajo, trabajo, trabajo. Trabajo sabiendo que hay una porción de azar que es inevitable y que se va a meter con mi vida y la va torcer para el lado mas inesperado, con frecuencia, el que menos me gusta.

O sea, trabajo sin garantías. Pero la experiencia me ha enseñado que si las cosas no salen como yo esperaba me siento mucho mejor sabiendo que las instancias que estaban a mi alcance fueron agotadas, en vez de pensar que, por pereza o descreimiento quedo alguna hilacha suelta que logro deshacer toda la trama.

Yo hice todo lo posible. Lo demás es destino.

Los abrazo

Leonor

P/D. Es sábado 8 de octubre. Estoy en San Rafael, Mendoza. Esta noche presentaré mi libro. Hace frio. La gente es amable y agradecida. Me siento muy bien.

domingo, 2 de octubre de 2011

EN DEFENSA DE LA MALA MEMORIA

Soy de las personas que se jactan de tener buena memoria. Desde siempre, desde niña, mi entorno elogió esa condición sin ningún tipo de atenuantes y se me hizo saber que no había ningún tipo de excepción a esa cualidad. Yo había sido dotada de buena memoria y eso me convirtió, desde siempre en la poseedora de una virtud en apariencia irreemplazable.

Solo el tiempo y el contínuo desbrozar del funcionamiento de mi persona sobre el mundo me ha hecho analizar el sentido de la buena memoria y sus posibles resultados.

¿Cuál es el sentido de “tener buena memoria”? ¿Es utilitario? Si, en una profesión como la mía, es, digamos una herramienta por lo menos útil a los fines de aprender un libreto. Pero no mucho más.

Analizando sin anestesia lo que los demás llaman buena memoria he llegado a la conclusión de que son más sus perjuicios que sus beneficios.

En eso que hemos dado en llamar “construcción de una conciencia útil” tanto para uno mismo como para los demás, la buena memoria sirve en realidad, muy poco.

Primero que nada porque es tremendamente subjetiva.

Hagan la prueba: pídanle a un grupo de amigos con los que hayan compartido una experiencia reciente: una salida, una película, una discusión, hasta una noticia de un telediario, y si quieren que la experiencia sea realmente fascinante, pídanle a sus amigos la versión escrita de lo ocurrido y comparen. Les aseguro que tendrán tantas versiones como personas. Algunas disparatadamente diferentes. Y lo mejor de todo es que nadie está mintiendo a sabiendas. Es, simplemente, que la atención de cada uno se centró en detalles que no eran importantes para otros. Nuestra propia historia hace que veamos cosas que otros no ven, o que no consideran importantes. ¡Y claro que podemos aducir “buena memoria”! Sabemos lo que vimos. Pero lo que contamos es la interpretación de lo que vimos.

Y donde es más peligrosa la “buena memoria” es en las relaciones personales: “me miró raro”, “yo no perdono una mentira”, “se fue sin saludar”, “no me prestó...", “no se dio cuenta de que yo estaba en problemas...”, etc., etc., etc.

No es la primera vez que digo esto: mi gran desafío personal, mi guerra interna más desbocada y feroz es aprender a vivir sin certezas, y la buena memoria ha sido una conspiración constante. Ha retrasado el momento del perdón de muchas cosas que me hubieran hecho vivir feliz mucho antes si me hubiera permitido la duda acerca de aquel hecho por el que me sentí agraviada, o incomprendida, o poco amada.

Cada momento de la vida de cada uno de nosotros esta atravesado por subjetividades que lo convierten, como la palabra indica, en lo más alejado de la objetividad. Casi podría decirse que la objetividad no existe.

La buena memoria es una herramienta, como un martillo, o una tenaza. Usémosla cuando haga falta acordarse de una fecha, o de los intervinientes en una batalla histórica, o de quien ganó unas elecciones, pero pongámosla en duda cuando traba un sentimiento o retrasa el momento del perdón.

Y no seré yo la que proponga indefinidamente poner la otra mejilla ante una ofensa o un agravio. Si alguna vez me metí en la jaula de un tigre y me lastimó, lo perdonaré porque es diferente de mí y no manejamos el mismo sistema de pensamiento, pero me mantendré lo más alejada posible de sus garras.

No es fácil lo que propongo. Suerte en la tarea.

Los abrazo

Leonor

P/D. El 27 de octubre leeremos Borges en DAIN.

P/D Fui a ver “El árbol de la vida” la película de Terrence Malick que ganó la Palma de Oro en Cannes 2011. Película difícil aunque imprescindible a mi entender. Me produce placer asistir a lo que está produciendo el espíritu humano.