He leído cuidadosamente los testimonios
de ustedes respecto de lo escrito por mí la última vez. El tema es un
disparador fulminante e instantáneo de nuestros más secretos temores, certezas,
y deseos.
¿Si deseamos un mundo mas pacifico, justo
y equitativo? ¡Claro que sí! Pero tenemos este.
Esto es lo que nos ha tocado vivir y no
hay libro de quejas disponible. Ningún día ni a ninguna hora. En este mismo
momento en que yo escribo hay gente muriendo de sida en África, personas matando
a otras en Irak, campos de refugiados, hambre.
También hay buenos ejemplos, ya lo se.
Elijo hablar de los otros, de los que nos horrorizan, de los que nos hacen
relatar nuestras penurias una y otra vez y escandalizarnos y victimizarnos. ¿Y
saben que resulta de eso? La división del mundo en “ELLOS” y “NOSOTROS”, y nada
de eso puede conducir a un buen lugar.
El jardín del Edén no esta allí.
El día del juicio a Sebastián, él me
miraba mucho. Tal vez porque le resultaba un rostro que había visto alguna vez,
tal vez porque yo estaba sentada justo en el límite entre las dos familias, tal
vez porque no podía discernir si yo pertenecía a los buenos o a los malos.
Para los que ejercerían la justicia yo pertenecía
a los buenos, para la familia de Sebastián y para él mismo, a los malos. ¡Vaya
paradoja! Y la profunda angustia que me acompaña desde ese día se entronca con
el hecho de que no puedo tenerlo claro para mí.
Yo salí de ese juzgado
sintiendo que mi más profunda duda existencial no estaba resuelta, y que probablemente
no lo estaría nunca. Todo dependería siempre de quien me mirara y desde donde.
Y donde yo misma me colocara para mirar este mundo, habitarlo e insertarme en él.
¿Es suficiente no haber matado nunca para
ser parte de los buenos? No lo creo.
¿Se rehabilitará Sebastián pasando el
resto de sus días en la cárcel? No lo sé.
O la cárcel, tal cual la conocemos, ¿exacerbará
su violencia en vez de ponerlo en un camino de mayor felicidad? ¿Es verdad que
las penas más duras, o bajar la edad de imputabilidad disminuiría los crímenes?
No lo sé. Y mientras no lo sepa tengo que ser cauta con mis opiniones y mis
juicios.
Ustedes tienen razón: la cultura, la
educación, la familia, mejorarían las cosas. Mejorarían las cosas las cosas que
no están. O no están en volumen suficiente.
En el caso de Ezequiel la justicia hizo
lo que había que hacer. Lo que esta en el código. Eso sí lo sé.
También se que si miro los círculos concéntricos
de la piedra en el agua pero al revés, el centro terminará en mi, y yo seré la
piedra.
La conformación de la moral personal es
un laberinto móvil que no admite segmentos cristalizados o establecidos para
siempre. Ninguno de nosotros sabe qué haría en una circunstancia excepcional.
¿Qué harías María Marta si te encontraras
cara a cara con el chiquito que te arrancó las cadenas? (¡Otra paradoja!) ¿Le dirías
que hay que ser bueno y no quitarle las cosas a la gente? Difícil la respuesta,
¿no?
Porque es muy probable que en su casa le digan lo contrario. Es probable
que en su casa le enseñen que a “los otros”, a los que tienen, hay que sacarles
las cosas.
No me estoy poniendo del lado de los que
delinquen. Estoy pidiendo silencio y cautela para juzgar al otro.
El “otro”, es mi hermano.
Los abrazo.
Leonor.
P/D.
1) Trini: sin duda tenés suerte y es
fantástica tu conclusión, tenés suerte porque te pudo pasar algo peor.
2) Sol: yo revisaría el concepto de la predisposición genética a
delinquir. No solo no está comprobado científicamente sino que agranda la
brecha entre “nosotros” y “los otros”.
3) Pablo: me emocionó tu deseo para con la hijita de Sebastián, eso de
que pueda tener coraje para soportar la mochila de la ausencia de su papa.
¿Sabes una cosa? En la mochila de
Sebastián la policía encontró algunos currículums. A lo mejor tenía la
verdadera intención de buscar trabajo….