sábado, 31 de diciembre de 2011

CERTEZA DE LA DUDA

Hoy es el último día de un año al que dimos en nombrar 2011.

Es 31 de diciembre.

También es una decisión arbitraria y aceptada por todos.

Ha pasado una semana de un día que dijimos que era 24 de diciembre y que gran parte de la humanidad acordó que mucho tiempo atrás, no sabemos con exactitud cuando, había nacido un niño. Y que el nacimiento de ese niño era para bien. Y lo acordó y lo celebra un montón de personas que no cree en él. Ni en el niño ni en el acontecimiento.

Ese momento de pasaje de un año a otro no es el mismo en todas partes. Depende de la rotación del planeta, y la tecnología hoy nos concede ver esos momentos en Sydney, en Tokio, en Samoa, en Buenos Aires.

O sea, es una convención aceptada por todos porque lo único que no acompaña nuestros deseos es la naturaleza.

La tierra gira y hace frio en algunos lugares y calor en otros. Dentro de un rato aceptaremos que Australia ya entró en el nuevo año y esperaremos pacientemente el momento que nos haya tocado en suerte, depende del sitio en el que estemos, para nuestra entrada, y levantaremos las copas y desearemos.

Desearemos con todas nuestras fuerzas. Nuestra felicidad personal y la de los que amamos primero que nada, y está muy bien. Luego la del resto, y paz para el mundo y felicidad para todos.

Yo pediré sin especificar. Hace tiempo que no estoy demasiado segura de lo que es bueno para mí. Muchísimas veces he deseado cosas que de darse hubieran sido una catástrofe, y se han dado cosas que, en apariencia, me perjudicaban y resultaron siendo una bendición para mi vida.

Por eso, porque mi única certeza es la duda, pediré que venga a mi vida lo que la beneficia y que se vaya lo que la perjudica.

Lo pediré para mí, para los que amo, para ustedes, para el mundo.

Y, eso si, diré gracias con todas mis fuerzas.

Feliz año nuevo.

Los abrazo.

Leonor.

martes, 27 de diciembre de 2011

VIAJEROS

Recuerdo una extraordinaria escena de la película “El cielo protector” en la que John Malcovich y Debra Winger llegan a las costas de un país africano y un habitante local que los ayuda con el equipaje pregunta: ”¿Los señores son turistas?” A lo que Malcovich responde: “No, somos viajeros”.

La diferencia es cada vez mas abismal.

Y hace mas o menos veinte años, que es el tiempo aproximado que lleva de filmada la película, todo hacía presumir lo contrario.

El avance tecnológico, que ya se adivinaba, nos daba derecho a suponer un mundo con habitantes cada vez mas curiosos y apasionados con la comprobación de la diversidad.

Diversidad de razas, lenguas, paisajes, apasionados por “el otro”, ese otro cuya principal razón de existir, aun sin saberlo, es demostrarme con su diferencia, que algo en común palpita en todos los humanos, y no solo el corazón.

Y ese algo en común es el deseo, ese formidable motor que pone en marcha los emprendimientos más inverosímiles y los convierte en palpables realidades, y la imaginación.

Cuanto más disparatado el proyecto, más posibilidades de materialización.

Siempre me ha hecho gracia la gente que afirma con orgullo que “tienen los pies en la tierra”, que son realistas y sensatos.

Y yo me pregunto: “¿Y...?”.

Es la imaginación la que da nacimiento a todo logro humano. Pero no una imaginación vacía sino la imaginación que sustenta la creatividad, la que a su vez genera una idea, la que nos pone en movimiento.

La creatividad va un paso más allá de la imaginación porque exige que hagas algo en vez de estar tumbado pensando en ello.

La vida hoy, para ser realmente vivida, exige que seas un viajero. Y eso implica correr riesgos y estar dispuesto a equivocarse, y meterse por una callecita que no figuraba en el mapa, y perderse.

Lo peor que te puede pasar es encontrarte con otro tan perdido como tu. Puedes quedarte tranquilo, las personas perdidas suelen ser inofensivas. También estériles.

Lo mejor, encontrarte con alguien que conozca el camino de salida. El premio mayor, encontrar una salida nueva que solo reconoce tu intuición, ese susurro interno e inapelable que te dice que crearas algo, que serás feliz y que esa creación tuya será buena para todo el mundo.

Claro que es difícil que cualquiera de estas cosas pueda suceder si estas colgado del celular, de la maquina de fotos o de Internet, chateando con un amigo, contándole lo que ves, en vez de experimentar realmente donde estas y con quien.

Y en el caso de que algún día se te de por revisar todo lo grabado o fotografiado durante un viaje, según mi experiencia cosa bastante poco probable, te quedaras con lo que vio la cámara. Tu vivencia habrá sido inexistente.

Seamos viajeros de la vida. De turistas el mundo esta lleno.

Los abrazo.

Leonor.

P/D. Lo escrito mas arriba sirve aun en el caso en que decidas no moverte de tu pueblo.

martes, 20 de diciembre de 2011

TARJETA DE NAVIDAD

Quiero que me mires a los ojos.

De verdad, profundamente.

Quiero que sepas todo de mi, aunque yo no te lo diga. Quiero que sepas de mis penas aunque yo me ría. Quiero que notes esa pequeña arruga nueva alrededor de mis ojos, o cerca de mis labios. Quiero que no importe lo cerca o lo lejos que nos encontremos.

Quiero que me sientas sagrada. Quiero que comprendas, también profundamente, que mi vida ocurre por un designio no elegido. Que un día sucedió. Que fui pequeña, y que alternativamente me sentí amada y también todo lo contrario. Por mis padres, por mis hijos, por mis amigos, por la gente. Me sigue sucediendo a veces. Y eso que ya he crecido y he aprendido y, lo mas importante, he desaprendido.

Te prometo lo mismo a cambio. Prometo respetarte y mirarte a los ojos para adentrarme en tu alma y sentirla sagrada. No necesito perfección. Quiero errores, defectos, sinsabores, tropiezos.

Prometo buen humor y aceptación. Prometo mirar y admirar el milagro que es tu vida.

Y si alguna vez me enojo y te trato como a algo de mi propiedad y pertenencia, porque no te portas como yo espero o pretendo, porque no sos lo que mi mal entrenada imaginación reclama, recordame lo que te prometí para estas navidades.

Leeme en voz alta esto que acabo de escribir en este momento en que estoy lejos. (Siempre que estoy cerca de alguien estoy lejos de otro al que también amo y que también me importa).

Esto que escribo pensando en una amiga muy querida a la que tal vez no vuelva a ver y que me dijo por teléfono la ultima vez que hablamos: “esto no es lo que esperaba”.

Yo tampoco esperaba esto Elena, yo tampoco.

Todo lo otro: aprobar materias, comprarme una casa, cambiar el auto, enamorarme, separarme, adelgazar, viajar, se quedan lejos, pero muy, muy lejos. Estará bien desearlos y lograrlos.

Pero lo único seguro que poseo hoy para darte y que espero de vos, es lo que dije al empezar: una mirada.

Feliz tiempo de adviento, de renovación, de renacimiento.

Los abrazo.

Leonor.

domingo, 11 de diciembre de 2011

LA DIFICULTAD DEL AMOR

Un poco de simplicidad sería el primer paso hacia una vida racional, creo.
Eleanor Roosevelt


Hablábamos hace pocas noches un amigo y yo, de lo previsible que se han vuelto los temas de conversación de cualquier reunión humana a la que nos avengamos a asistir.

Y los que llevan la delantera son dos: “El HORROR de lo que esta pasando” y las “TREMENDAS DIFICULTADES que tienen las parejas para sostenerse como tales”.
(Las mayúsculas intentan poner de manifiesto el énfasis en la voz de las personas al plantear estas cuestiones). Espero que no sea necesario aclarar que esto esta hecho con humor. Lo del énfasis. Lo de los temas es absolutamente serio.

Voy a saltearme el primer tema porque, además de resultarme remanido, repetitivo y con cierto goce en la repetición, hasta me atrevería a asegurar que en las reuniones sociales resulta tan cómodo como hablar del tiempo. Realmente creo que esta época que nos toca vivir es, efectivamente, difícil, pero no mucho más que cualquiera de las que pasaron y tal vez menos de las que vendrán. Es hora de darnos cuenta de que este raro entretejido al que llegamos sin ser consultados y al que llamamos vida, tiene claves que merecen ser descifradas…creo, emulo a Eleanor Roosevelt.

Vamos a hablar del amor. De lo que damos en llamar amor.

Decíamos, mi amigo y yo, que gran parte de responsabilidad en los fracasos, sufrimientos e infelicidades que, efectivamente, conlleva el intento de amar a otro, reside en que, en general, es el impulso sexual el detonador primero de toda relación, el que una vez acabado, o simplemente algo debilitado, hace que pongamos en duda nuestra elección y demos a esa pareja por muerta aun antes de nacer.

El verdadero problema resulta si hemos aprovechado el periodo de efervescencia erótica para prometer amor eterno, casamiento, niños, biológicos, adoptados, logrados con fecundación asistida, vientres alquilados o donantes anónimos.

Incluyo en la categoría parejas a las heterosexuales, homosexuales, mixtas, con abismales diferencias de edad o de raza y/o religión.

Y llegamos a una conclusión con la que se puede estar de acuerdo o en total desacuerdo, como con todo lo que yo escribo.

La conclusión es la siguiente: nos hemos quedado enredados en el pasado prehistórico, presos de convenciones sociales, religiosas y biológicas que perdieron vigencia con el avance de los tiempos. Y no seré yo la que afirme que esas convenciones no son buenas.

Sígalas el que quiera seguirlas si entiende que de esa manera logra su felicidad personal.

Pero resulta que la mayoría de las parejas que conozco, y me incluyo en las pasadas y presentes, aunque espero que no en las futuras si llegaran a venir, tropiezan con la misma piedra una y otra vez.

¿Y si no le pidieramos al amor más de lo que le pedimos a la amistad?
¿Y si esperáramos amistad antes que cualquier arranque pasional?
¿Y si pudiéramos mostrar vulnerabilidad tal cual lo hacemos con nuestros amigos de verdad?
¿Si pudiéramos sacarnos las mascaras y ser el que realmente somos desde el primer momento?
¿Si pudiéramos no considerar al otro un trofeo o una condecoración?
¿Y mucho menos una posesión?
¿Si pudiéramos ver sus defectos y aceptarlos?
¿Si pudiéramos empezar una relación sin saber adónde irá a parar?
¿Podríamos aceptar que el sexo se demore en llegar? ¿O que tal vez no llegue nunca y ese ser que nos atrae se convierta en una amigo/a incondicional y para siempre?

Si nos olvidamos de “como deben ser las cosas” y las aceptamos “como vienen” tal vez la vida se vuelva más simple y más racional. Esto quiere decir con menos sufrimiento, ya que de ninguna manera pienso que estemos aquí para sufrir. Ya hay demasiados sufrimientos inevitables. Intentemos esquivar los otros.

Los abrazo.

Leonor.

P/D. Es probable que lo intuyan pero no esta demás recordarlo: cada tema que escribo, lo escribo primero que nada para mí. No me excluyo de ningún error, de ningún malentendido, de ninguna infelicidad. Intento no repetirlos. En eso estoy.

lunes, 5 de diciembre de 2011

ANTEPASADOS

¿De quién hablo cuando hablo de mis antepasados? Hace tiempo que deje de pensar en mis padres como antepasados. Mis abuelos tampoco entran en esa categoría. Para mí, mis antepasados comienzan en los que nunca conocí. Por el lado de mi padre, con los italianos que decidieron quedarse en su tierra a pesar de la guerra y las necesidades imperiosas y forzosas que debieron pasar. ¿Cómo fue su vida? Fueron, alguna vez, ¿felices?

Dicen que me parezco físicamente a la madre de mi abuela, una veneciana de la que nunca vi ni siquiera una foto. Solo tengo en mi poder su certificado de matrimonio. En el lugar de la firma hay una huella digital, el dedito borroso de una jovencita italiana que no sabía escribir su nombre. ¿O sea que mi deducción es correcta si infiero que de allí para atrás ningún ascendiente mío sabía leer ni escribir? No, no es correcta. Se me ha dado por indagar en la historia familiar y me encuentro con iletrados y con un tatarabuelo cultísimo allá por el siglo XVIII en la Toscana.

Y por el lado de mi madre llegué a conocer a un bisabuelo mitad criollo y mitad aborigen, y a un tío lejano que tenia un bar a orillas del rio, en un pueblo llamado Diamante, que contaba con orgullo las peleas a cuchillo en las que había intervenido, y los hombres que había matado. Y una bisabuela que tuvo trece hijos con dos hombres diferentes en el centro profundo de Entre Ríos.

Dicen que el concepto de amor romántico se gestó en el siglo XII en la corte de Leonor de Aquitania, ¡vaya humorada! Antes de eso, ¿la humanidad no amaba? Parece que no. Esa es la deducción de los historiadores. Parece que hasta entonces las personas solo se preocupaban por sobrevivir y reproducirse. Todas las personas. Nadie sentía nada por nadie. ¿Se me permite ponerlo en duda?

Los historiadores son ese grupo de personas dedicados a contarnos lo que pasó o lo que ellos afirman que pasó. Pero curiosamente toda la historia está dedicada a los vencedores de las batallas: las militares, las políticas y las intelectuales. Las religiosas también. El que gana impone su manera de pensar a los humanos que nacen en los próximos tres o cuatro siglos, como mínimo.

Y aquí aparece mi rebelión, Internet incluida. ¿Cómo hago para pensar por mi misma? ¿Cómo evito la influencia de lo que me contaron? ¿Fui realmente la niña que recordaba mi madre? ¿O mi madre me contaba lo que ella recordaba? ¿Qué tengo de mi bisabuela analfabeta? ¿Dónde el gen de mi tío cuchillero? ¿Mi voraz curiosidad por el conocimiento es herencia de mi tatarabuelo de la Toscana? Y eso que llegué con mis investigaciones solo hasta el siglo XVII. Pero el que realmente me obsesiona es mi antepasado de antes del fuego, el que temía al rayo en el horizonte, el que moría de frio o de una picadura de alacrán a los veinte años. ¿Qué me dejo? ¿Qué miedo, o qué sabiduría?

Loados sean y descansen en paz.

Sea lo que sea que de ellos tengo, lo agradezco. Y a medida que avanzo en ese recorrido abismal, mas me reconozco en todo ser que existe, Y mas sagrado me parece cualquier humano que se cruza en mi camino.

Hagan la prueba y después me cuentan.

Los abrazo.

Leonor.