A raíz de la preparación de mi presentación
en Octubre en el Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz, y como se basa en
mi caballito de batallas que tanto disfruto hacer y que se llama “Atentamente”,
estoy leyendo sin respiro un montón de biografías de los componentes de las
Cortes Gaditanas que promulgaron las Constitución española de 1812.
Y eso me ha llevado a investigar
seriamente en las vidas de otros seres, que vivieron en otros tiempos y que
tuvieron andaduras vitales tan distintas unas de otras, pero con un propósito común
que, casualmente, se plasma en la redacción de esa constitución y que los hace
pasar a la historia fundamentalmente como los diputados intervinientes en la confección
de dicho documento.
Aclaro que he recurrido al Diccionario de la
Real Academia Española y he buscado la palabra “biografía” y he encontrado,
entre otras, definiciones tales como:
“Historia narrada de la vida de una persona - Semblanza - Vida - Sucesos - Acontecimientos - Historia - Carrera - Hazañas.”
Reconozco que lo de “hazaña” me
sobresaltó un poco. ¿Eso quiere decir que los que no realizan hazañas no son
dignos de una biografía? Y me puse a pensar que algo de eso hay.
¿Se fijaron que de las batallas nos
llegan, generalmente, los sucesos y nombres y relatos de los que las ganaron? ¿Y
los otros? ¿Los que murieron, los que se fueron vencidos a su casa con su
orgullo chamuscado, tal vez para siempre? De ellos no sabremos nada, nunca.
No tienen biografía.
¿Y si alguien los hubiera consultado?
¿Hubieran querido que se ponga en su biografía que fueron los perdedores?
Y vuelvo a mis integrantes de las Cortes
de Cádiz de hace 200 años y me doy cuenta de que lo único que se de ellos es
que estuvieron allí, y que pensaron y discutieron y que, finalmente, lograron
redactar una constitución modélica que aun hoy tiene vigencia y que ha servido
de inspiración a varias constituciones del mundo.
Ya se que eso es mucho y se los
agradezco, la humanidad agradece, creo.
Pero no puedo evitar preguntarme, y esto
es una manía lo reconozco, si ellos hubieran querido que se supiera solamente
eso. ¡Juraría que no! Pero están muertos. Y como de eso se trata una verdadera biografía,
(1786-1843), como dato casi excluyente tenemos fechas de nacimiento y muerte,
porque si no está muerto no es una historia de vida, ni una semblanza acabada.
Tenemos que estar muertos para que los demás decidan que fue lo mas importante
de nuestra vida, cuales fueron nuestras “hazañas” y si, efectivamente merecemos
que alguien se tome el trabajo de hablar de nosotros, en fin, si vale la pena.
O si por el contrario pertenecemos al grupo que perdió la batalla, cualquier
batalla, es mejor archivarnos y olvidarnos porque nadie quiere tener una
historia plagada de “loosers”.
Y no puedo evitar preguntarme qué dirán
de mi cuando haya muerto. Cuales serán mis “hazañas”, aquellas que llamen la
atención de un biógrafo lo suficiente como para ponerse a la tarea con pasión,
al margen de lo que le pague la editorial que se la encargue.
Y caigo en la cuenta, no sin cierta
preocupación, de que la mayoría de los datos que manejan los biógrafos son
aplicables a millones de personas. Pueden pensar que exagero, lo concedo, pero
a miles, seguro. Y los conmino a que se pongan a pensar en cuantas personas
nacieron el mismo día y a la misma hora que ustedes, tienen el mismo sexo, se
dedican a la misma profesión o tarea, viven en el mismo país, tienen el mismo
numero de hijos, hermanos, van a colegios similares. Se me puede contestar que
no estoy considerando que nacieron de distintos padres, es verdad, pero
entonces ya no hablamos de nosotros como seres únicos, tenemos que referirnos a
otra gente que fueron los que nos engendraron y pusieron en el mundo.
Y yo creo de verdad que cada uno de
nosotros es único. Con los mismos elementos tangibles que nos han sido
otorgados nos arreglamos para elaborar un individuo absolutamente singular, que
es maravilloso o todo lo contario según quien opine, pero con una memoria
interna que solo nosotros sabemos que existe y a la que no tiene acceso
absolutamente nadie por la simple razón de que no hay hackers de almas y
nuestro disco duro está encriptado y nos hemos tragado la llave.
Sin saberlo, y sin siquiera ser demasiado
concientes de ello, cada uno de nosotros escribe su propia biografía, esa de la
que nadie tendrá jamás noticia. Atesorémosla. Ella es nuestra paz, nuestra
guerra, nuestra huella digital eterna.
Nunca sabremos quién pintó las cuevas del
hombre primitivo. ¿Fue feliz? ¿Estaba enamorado? ¿Tenía hambre? ¿Por qué apoyó sus
manos en las paredes de la cueva? ¿Cual era el sentido? ¿Lo hacía cuando ganaba o
cuando perdía? ¿Cazar un mamut era ganar?
Me gusta pensar que la vida transcurría.
Difícil, dura, bella, apasionante.
Como la nuestra.
¿Qué dirán de mi cuando haya muerto? No
tengo la menor idea. Lo que si se es que habré sido, para bien o para mal,
mucho más que lo que escriba mi biógrafo. Si llego a tener alguno.
Pero el vislumbrar eso que habita muy
dentro y que es el halito de mi vida verdadera, el tocar las paredes de mi
cueva interna, apoyar las manos en ella y que quede la huella, es de una
plenitud inenarrable.
Los abrazo.
Leonor.
P/D. 1) Pido perdón por el faltazo de la
ultima semana.
2) Me parece que no logramos
hablar de lo mismo cuando tratamos el tema de la
interpretación, pero eso es para
otro momento.
3) Suspendieron La Matanza el 29
de junio. Acordaron Avellaneda el 20 de julio.
Espero que no haya cambios.
Prometo informar.
Yo la escribo, ¡ya! y comienza diciendo. "Querida Leonor, una mujer que pone una mano como visera, sobre sus ojos, para mirar lejos; que pone el oído en la tierra y sabe descifrar el sonido de lo pasos que anduvieron ese suelo... y sabe más, tal vez hasta los pasos que vendrán. Sabe (de saber y de saber)...
ResponderEliminar¡Un abrazo grandote!